martes, 12 de abril de 2011

Pequeños relatos

Aquí dejo algunos principios de pequeños relatos, quizás algún día los acabe. Se aceptan ideas.

MUSEO
La calle Ruíz de Alarcón de Madrid temblada de las pisotadas de los niños del Colegio Público Federico Rubio, esperaban en la puerta del gran museo madrileño, entre risas y carcajadas. Ya dentro los niños, daban saltos y corrían de un lado para el otro. El vigilante de seguridad los miraba seriamente, y entonces los niños paraban. Esta situación era ya algo habitual para los pasillos del Museo del Prado, y cuando los visitantes abandonaban el lugar el museo podía descansar tranquilo. El silencio inundaba las salas junto a las bellas Meninas de Velázquez. La calma era la mejor situación que el museo podía imaginar. Pero todo lo bueno tiene un final, y para éste era el momento en que los trabajadores llegaban, preparaban todo, y una vez más, unos niños lo volvían a despertar.

EL ADIÓS
Salía del autobús, bajaba corriendo y paraba a los coches para cruzar a toda prisa la carretera, era una chica rápida, además llevaba puestas sus zapatillas de deporte y el pelo no podría molestarle a la hora de correr, ya que lo tenía recogido en una coleta. Entonces entró en la estación, sacó su monedero del bolso lo más rápido que pudo y salió pitando rampa abajo a ver si llegaba a tiempo. Y allí estaba el tren, quieto, con el nombre del destino que brillaba con unas luces de color rojo. Entonces escuchó aquel sonido, ese ruido que nunca imaginó que punzaría tanto en sus oídos, “pi, pi, pi”. Y arrancó el tren. Se quedó quieta y patidifusa, con la mirada congelada en ese tren que poco a poco se marchaba lejos.

EL PARTIDO
Creo que no voy a ir a ese partido, no, no puedo ir, no quiero jugar allí, tengo pánico”. Pero en ese momento se levantó cogió su mochila, llena de ropajes; estaba un poco desgarrada de una caída antes de un partido con sus compañeros y tenía una pegatina que su madre tuvo que ponerle porque se había roto. Corrió entonces. Apareció en el campo con sus botas negras, con esos tacos ya gastados. Habían reformado el campo para la ocasión. La hierba era más verde que nunca, y las rayas, que antes tenían un color nacado, brillaba ahora al sol de la primavera con un blanco de lo más reluciente. Sus ojos destelleantes miraban el terreno de juego. Las porterías también eran nuevas, quiso acercarse y lo hizo poco a poco. Cuando puso el primer pie en el campo, notó como aquella hierba bajaba, fresca, suave; le recordó a una porción de chocolate entre sus dedos en una tarde de verano, que poco a poco, por el calor, se derretía en sus manos, ablandándose, pero también recordó la siguiente sensación que era el sabor, el bienestar que el sentía después de eso. Era perfecto, en el cielo brillaba sol con una luz resplandeciente, el calor se acercaba hacia sus cuerpos, y el agua parecía la más fresca. Se oyó el silbido del hombre que vestía de negro, y tuvo que acercarse, ya dispuesto a jugar.

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