lunes, 4 de abril de 2011

Dibujando un Cuento

Pablo se encontraba triste, a tan sólo dos años de su jubilación, su jefe le había lanzado un reto que en el caso de no superarlo le costaría su trabajo. No podía permitírselo. Tenía a su cargo a su pequeña nieta.

Los padres de la pequeña murieron cuando ella aún era casi un bebé. Tenía un añito y medio, sus padres salieron a un compromiso con los jefes de Raúl, el padre de la niña, y en el camino fallecieron en un accidente de coche. Cristina, la pequeña, estaba a cargo de su abuelo esa noche, por lo que no viaja con ellos, pero lo que menos se imaginaba Pablo era que a partir de esa noche se encargaría de su querida nieta para siempre.


Habían pasado ya algunos años desde entonces, Cristina había aprendido a caminar y a hablar junto a su abuelo, e iba al colegio todos los días como cualquier niño de su edad. Tenía cinco añitos, era una niña linda, tenía el pelo corto, de un color castaño cobrizo, y sus ojos eran verdes; era increíble la similitud que guardaba con su madre. 

A Pablo en muchas ocasiones le parecía estar viendo la imagen de su propia hija, en la cara de su nieta, "es igual que su madre" se repetía constantemente.


Esa misma tarde, Roberto, su jefe, le presentó a una persona, era un hombre de mediana edad, vestía elegante, pero a la vez con un toque de frescura, moderno, su nombre era David, y a partir de ese momento se convertiría en su rival.


Pablo era escritor, y se encontraba en un momento de su vida en el que veía que no avanzaba. Sus escritos ya no eran como antes, no tenían chispa, por lo que para motivarlo su jefe le ofreció un reto con David. Una editorial había ofrecido un proyecto para esta empresa y Roberto quería darle la oportunidad de participar al que había sido durante mucho tiempo uno de sus mejores hombres. Pero al mismo tiempo, también quería explotar al recién y joven llegado a la empresa.


Pablo se sentó en la mesa nada más llegar y se derrumbó, más tarde pasó a por su nieta, quien jugaba con la hija de la vecina, Sara, una pequeña adorable. Sara y su madre, habían ayudado mucho a Pablo a cuidar de Cristina. Cuando la niña entró en la casa notó algo raro. Su querido abuelo no estaba sonriendo, no la había subido a sus hombros para entrar en la casa como hacía siempre y no le había dado ese beso en la frente como hacía todos los días al recogerla.
  • ¿Abuelito qué te pasa?, ¿estás triste? - preguntó la niña.
  • ¿Quién yo?, no me pasa nada cariño, ¿porqué lo preguntas?.
  • Tienes cara de triste - respondió con la mirada baja.
  • De verdad que no es nada, toma ayúdame a poner la mesa- dijo Pablo mientras le daba un vaso a la pequeña.
  • Sí - contestó.
Y así prepararon la mesa y comenzaron a cenar. Al terminar la cena, el abuelo preparó la bañera para Cristina, y mientras ésta chapoteaba en el agua, Pablo recogió la cocina. Después se pusieron el pijama y ya en la cama la pequeña pidió a su abuelo que le contara uno de sus cuentos. Pablo tenía un libro de pequeños cuentos que había escrito él mismo, y que guardaba sólo para su nieta. Todas las noches Cristina pedía a su abuelo que le leyera uno, y así dormía plácidamente durante toda la noche.


Pasaban los días y el proyecto de Pablo tenía que seguir adelante. Eran muchas las tardes en las que se sentaba en su mesa de trabajo con el folio en blanco, y muchas eran las tardes que se convertían en noches y ese folio aún seguía en blanco. Una tarde la madre de Sara, la vecina, tenía una reunión de trabajo y le pidió a Pablo si podría cuidar de su pequeña. "Con mucho gusto", respondió él. Las niñas jugaban y jugaban, pasaban las horas, y no conseguía concentrarse en ese folio, que le estaba gastando una mala pasada. Cristina corrió a por su abuelo y cogiéndolo de la mano, intentó levantarlo para que jugara con ellas. Pablo, le hizo comprender a la pequeña que tenía que hacer "cosas de mayores" y no podía jugar con ellas, quizás en otra ocasión. La pequeña entristeció pero volvió a jugar con la otra niña.


Al paso de unas horas, Cristina volvió a coger la mano de su abuelo, pero esta vez traía algo en las manos. Su amiga había traído unas pinturas y las pequeñas estaban dibujando. La nieta de Pablo, había dibujado un sol enorme y brillante, y debajo de este una niña, que daba la mano a un hombre.
  • ¡Mira abuelito! Somos nosotros- dijo entusiasmada.
  • Sí, cariño, es muy bonito. Dámelo, lo colgaré aquí mismo, en esta pared.
En la cara de la niña apareció una gigantesca sonrisa, y en cuanto su abuelo colgó en la pared ese dibujo, volvió corriendo a dónde se encontraba la otra pequeña, también dibujando. 

Cuando la noche llegó, la madre de Sara vino a recogerla. Agradeció a Pablo que cuidase de su hija y le contó que estaba teniendo algunos problemas en el trabajo. Pablo, la invitó a tomar un café para charlar tranquilamente, y así fue. Las niñas siguieron jugando mientras los adultos tomaban un café y se contaban sus problemas. Sara y su madre se quedaron a cenar, lo pasaron muy bien, pero cuando ya se hacía tarde se marcharon a casa.


Cuál fue la sorpresa de Pablo cuando al siguiente día, en su reunión de trabajo, David, presentó ya una parte del proyecto. Él no tenía nada. Mintió a Roberto y le contó que estaba trabajando en una idea, pero que aún no estaba muy seguro de ella, por lo que no la había desarrollado demasiado aún.
  • Me gustaría enseñártelo cuando esté un poco más avanzada. Aún no está pulida.- Dijo Pablo.
  • Está bien, como tú prefieras.
Pablo estaba avergonzado, volvió a casa y recogió a su nieta, y en ese mismo instante se puso a trabajar. Mientras él seguía con su bolígrafo y su folio en blanco, Cristina fue a buscarlo, vio que volvía a estar triste, “¿abuelo me dejas algo para pintar?, te voy a hacer un dibujo muy bonito para que te pongas contento”, dijo la pequeña. Pablo no tenía pinturas para niños, así que le dio un lápiz y un papel.


Rápidamente Cristina comenzó a dibujar y dibujar, muy callada. Mientras tanto Pablo la observaba. Entonces la pequeña corrió hasta los brazos de su abuelo con el papel en la mano. Había dibujado un pueblo, se podía distinguir una montaña.
  • Mira, estas personas están tristes porque son grises, alguien les ha quitado su color- explicaba la pequeña a su abuelo.
A la mañana siguiente Pablo recordó lo que la pequeña había dibujado y fue a comprar unas pinturas para que las personas del dibujo de Cristina no estuvieran tristes.
  • Toma cariño, las personas tristes no volverán a ser grises, por lo que no volverán a estar tristes nunca- dijo mientras le daba un paquete de pinturas a la pequeña.
Cristina se puso muy contenta, pintaba y pintaba sin parar, cinco minutos más tarde tenía otro dibujo exactamente igual al anterior, pero esta vez en color, las personas del pueblo estaban felices, y había una mariposa que sobrevolaba el cielo. Esa mariposa tenía dibujado unos puntitos de colores que caían hasta la gente del pueblo, “es brillantina mágica, para darles color”, explicaba. La niña muy feliz le dijo a su abuelo que tenía la solución a su problema, “abuelo escribe la historia de la mariposa mágica”, el abuelo reía y reía, abrazó a su nieta y le dijo que ya era hora de ir a dormir.


Cuando la niña ya dormía Pablo volvió a su trabajo. Observó los dos dibujos que Cristina había dibujado para él, para ayudarle en su trabajo, y en ese momento pensó que quizás no era tan mala idea. Comenzó a escribir un cuento sobre la mariposa mágica de Cristina y las palabras le salían solas.


Una semana después finalizaba el plazo para presentar el proyecto en su trabajo. David había presentado un cuento sobre una niña curiosa que vivía debajo del mar. Pablo presentó el cuento de la mariposa mágica. Esperaban nerviosos en una sala contigua al despacho de Roberto. Cristina, esperaba con su abuelo, quien le había prometido llevarla al parque de atracciones con Sara y su madre después del trabajo.


Roberto salió de su despacho con las dos carpetas en la mano, cogió el proyecto de David y se lo entregó, en ese mismo momento una sensación de calor recorrió el cuerpo de Pablo “Dios mio, no lo he conseguido”.
  • Enhorabuena Pablo- dijo Roberto golpeando suavemente a Pablo con su carpeta- esta oportunidad es para ti, sigues con nosotros.
El escritor cogió a su nieta, la subió en sus hombros y salio de la oficina dando saltos de alegría.
  • ¡Cristina, cariño, vamos a conseguir el peluche más grande de todo el parque!- decía el abuelo mientras la nieta reía.
Y así entre risas salieron en busca de ese gran peluche.

No hay comentarios: